Mi nombre es Verónica y esta es la
historia que cambio mi vida.
Me casé joven y enamorada. Tuve dos hijos, y si eres mujer y me estás
leyendo, comprendes que los hijos lentamente te roban la hermosura. No me
quejo, mis diablillos son lo más bello de mi vida, pero era difícil verme al
espejo y descubrir que los años estaban sepultando a la mujer loca atrevida y
soñadora que fui alguna vez.
Mi esposo siempre bromeando con mi peso, destruyendo mi autoestima y
lentamente se convertía en un patán que más de una vez maldije y quería se
fuera de mi vida, pero tenía la esperanza de que volviera a ser el hombre del
cual me enamoré.
Miles de dietas y clases interrumpidas
de zumba no eran la solución porque antes que mujer era madre y los hijos
demandan una atención que te pone entre la espada y la pared.
Él nunca estaba con nosotros; a veces
llegaba borracho y medio me complacía, pero sin la misma intensidad. Yo trataba
de atraer su atención, pero para su gusto ya no lograba complacerlo.
Mis amigas me daban los consejos clásicos: déjalo tu vales más, pero yo
tenía miedo, tanto miedo a la soledad, al rechazo, a batallar sola. Pensaba en
mis hijos, en su bienestar. Mi vida atravesaba un infierno que solo yo podía
ver y tenía que resistir.
Hasta que en su celular le encontré esos mensajes. Sí, lo sé, estuvo
mal, pero su distancia era mucha, su tiempo para el teléfono mucho, y a mí me
carcomía la duda y el celo.
Ella le escribía cosas obscenas, él le respondía de la misma manera. También
encontré fotos de ella, era hermosa, de buenas formas y mucho más joven que él
y yo. Esa mujer sacaba esa parte de mi marido que hacía mucho tiempo yo no
podía encontrar.
Quise despertarlo, quise gritar, pero era de madrugada, me senté en la
mesa y prepare un café, tenía que pensar bien lo que haría. Primero me sentí
furiosa porque él era infiel, después empecé a culparme porque sentía que yo lo
orillé. Me fui a dormir, no le dije nada, quería recuperarlo, tenía que
regresarlo a mi lado.
Esa tarde le pedí a mi mamá que cuidara a los niños, prepare una cena,
puse incienso y música romántica de un disco que el mismo me editó. Me puse un
liguero que no me quedaba bien, me planche el cabello y lo esperé. Necesitaba
hacerlo, tenía que seducirlo.
Díez de la noche su hora de llegada y no llegó; las velas se acabaron y
el disco dio tres vueltas y el no apareció. Empezó a darme frío, me puse ropa más
cómoda y pasando la 1:00 am llegó muy ebrio, se burló de mi disco y de mis
velas y me llamó vieja. Lo tomé de la mano y me soltó; me desnudé rápido, tenía
que enseñarle mi lencería pero solo me miró, se dio la vuelta y se tiró en la
cama diciendo: “házmelo pues...”
Me sentí tan mal, tan tonta, tan sucia. Tomé mi ropa y me fui de ahí. Él
me gritaba pero su borrachera era tanta que no pudo seguirme. Corrí y tomé las
llaves de mi auto, me fui al único bar que estaba abierto.
Me sentía destruida, tenía que tomar algo y llorar; había poca gente,
pedí una margarita, caminé a la rockola y busqué algunas canciones de despecho.
Escuché a unos idiotas en la mesa contigua diciendo: mira una madre luchona. Me
dio rabia, caminé de vuelta a mi mesa y comencé a tomar, mis lágrimas escurrían
y pensaba: en otros tiempos miles de caballeros rodearían mi mesa
ofreciendo una bebida, pero esa noche sólo quedan las ruinas de la mujer que
alguna vez fui.
Pensaba en todo lo que pasaba en mi
vida, simplemente quería correr y dejarlo todo. Le pedí a Dios que me ayudara,
cuando un vaso con vodka fue puesto en mi mesa y frente a mí se sentó un hombre
algo extraño, vestía de negro, tenía un vodka en su mano y me dijo: “mucho
gusto mi nombre es Daniell y puedo ayudarte.”
Yo lo miré y me quedé sorprendida, le dije: “no gracias soy casada”, y
baje la mirada, pero él no se fue, y me dijo: “lo sé, y sé por lo que estás
pasando. Llámalo suerte o destino, pero estaba a punto de irme cuando pude
leerte, y me di cuenta que necesitabas un poco de ayuda.”
Levanté la mirada y le dije: “¿Leerme?”
Él sonrió y me dijo: “madre engañada,
autoestima perdida, con ganas de huir de la vida y preocupada por qué hacer de
almuerzo mañana. Dime, ¿Cuándo lo descubriste?”
Me quedé sorprendida. ¿Tan obvia soy?
Su plática era agradable y no se veía
ninguna intención. Entonces le dije: “y según tú como me vas a ayudar.”
Él sonrió y me dijo: “soy mago”.
Yo lo miré escéptica y le dije: “vete
con tus trucos baratos.”
Él sonrió de nuevo y dijo: “¿Baratos? Hagamos
algo, muéstrame una foto de tu esposo, hijo e hija y te los voy a describir tal
cual, y si lo logro sin fallar me dejarás ayudarte.”
Lo dudé un minuto pero se veía tan
convencido que decidí hacerlo, si fallaba me podría reír de este payaso en su
cara. Saqué mi celular y se los mostré, y para mi asombró me dijo exactamente
todo sobre ellos.
Sorprendida, pero tranquila, le dije: “señor
mago tiene mi atención.”
Entonces empecé a contarle sobre mí. Él
me escuchó con atención. Cuando terminé de hablar me dijo: “Bien, vamos a reparar
tu vida, ¿de acuerdo?”
¿Es usted psicólogo o algo?
Él sonrió y dijo: “Solo soy un extraño
que te va a revelar el mundo con otros ojos y para eso deberás seguir mis
instrucciones, sin chistar y sin contradecir, y en exactamente dos meses
tendremos un resultado. ¿De acuerdo? Y extendió su mano.
Yo dije que sí con la cabeza. Entonces
estrechó mi mano fuerte, me miró a los ojos me dijo:
“A partir de este momento no vas a poder llorar, vamos a recuperar a la
chica linda que está dentro de tus ojos.”
Escribió su número y lo puso en mi mano diciendo: “ve a casa a descansar
muy bien, cuando todos se vallan me mandas un mensaje y te daré instrucciones”.
Dio un último sorbo a su trago y se fue.
Llegue a casa y él estaba dormido en el sillón, roncando, medio desnudo,
así que lo cobijé y me fui a la cama. Desperté y él estaba con una maleta lista.
Me dijo que ya no me quería. Me preguntó que a dónde me había ido anoche, que
si tenía un amante.
Yo no dije nada, no podía llorar. Él se enojó de verme seria y fría, me echó
en cara a su amante y se burló de mi cuerpo. Tomó su maleta y me dijo que tenía
una vida feliz esperándolo a lado de ella, dio un portazo y se fue.
Tomé mi teléfono y llamé a Daniell y le
dije: “¿Qué me hiciste? Quiero llorar.” Él sonrió como si no pasara nada y me
dijo: “Digamos que guardé tus lágrimas. ¿Qué pasa?”, preguntó.
Le conté todo. Me dijo: “Déjalo irse. Cada quien elige su destino. El de
él es perderse en una relación de arena y el tuyo será ¡Renacer! Primero vamos
ver los estragos del terreno. Quiero que vallas al baño y tomes algunas fotos
de tu cuerpo y las veas con calma, no te alarmes no las veré solo quiero que
las veas tú, después las borras.”
Al principio me sentí incomoda, pero me animé y lo hice, las tomé de
varios ángulos, muchas no me gustaron pero otras sí.
Comprendí que aunque el tiempo pasó aún
tenía un poco de mí, me sentí hermosa, de alguna forma me di cuenta que no
estaba tan pérdida. Sí me faltaba un poco de trabajo en algunas zonas, pero aún
tenía cierta belleza íntima.
Borré las fotos. Mi entusiasmo estaba
arriba. Le marqué. Y Daniell preguntó: “¿Te gustó lo que viste?”
Dudosa le dije: “Pues más o menos”. Él
sonrió, y dijo: “Bien pues hagamos que te guste. Recuerda, cuándo nosotros nos
gustamos le gustamos a los demás. Ahora quiero que vayas a tu armario y tires
la ropa vieja y todo lo que ya no usas.”
Fui a mi armario. De verdad tenía ropa que ni me quedaba y guardada para
cuando me viera más flaca, ropa que estaba gastada. Entonces comprendí que
tenía mucho sin comprarme nada, que todo lo que había en el armario era ropa
que tenía por el miedo a sentirme mal por gastar dinero en mí.
De nuevo sonó el teléfono, era Daniel diciendo: “Con el paso de los años
y los hijos nos olvidamos de nosotros mismos. Las fotos que viste son la imagen
que solo tu pareja ve en la intimidad y es tu tesoro más grande.
La vida va dejando marcada una historia
en cada uno de nosotros, pero nos gusta vivir en el pasado aferrado y a veces
enamorado de recuerdos, olvidamos que nuestra autoestima es una plantita que
debemos regar día a día.
Y al igual que en nuestro jardín esa
plantita debe mantenerse sana y hermosa y eso es responsabilidad nuestra, de
nadie más. Es hora de empezar un poco de jardinería, debemos levantar esa
autoestima y aprender que lo que para los ojos de otra persona no es bonito,
para los de otras puede ser lo más hermoso.
Busca tu mejor ropa, arréglate, maquíllate, deja salir esa mujer que
tiene mucho tiempo encerrada dentro de ti y me escribes al terminar.”
Entendí muchas cosas; me vestí con mi mejor ropa, esa que yo decía: “la
usaré para salir a lugares importantes”. Me maquillé y me veía hermosa como
cuando salía de fiesta.
De pronto me pregunte: “¿Por qué no vestía siempre así? ¿En qué momento
decidí que esta ropa solo la usaría para salir a reuniones importantes? Sonreí,
hacía mucho que el espejo no me sonreía.
Le mande un mensaje a Daniell y le
dije: “Debo ir por mis hijos.”
Él me dijo: “Antes de recoger a tus
hijos debes cumplir una meta. Quiero 5 comentarios de que te ves bien, así que
ve a ser madre, pero no olvides también ser mujer.” Solo le mandé una carita
apenada y me fui.
Durante el trayecto las cosas parecían
diferentes, era como si el mundo brillará de nuevo. Llegué a comprar unos jugos
para mis hijos y un señor del comercio me dijo que me veía muy bien. Así paso
en la gasolinera y en el estacionamiento, el director de la escuela, también
dijo algo halagador y hasta un borrachito de la calle dijo: ¡wow!
Mis hijos estaban asombrados al verme. Era increíble cómo veía a las
demás mamás desarregladas y con cara de "ya no soporto mi vida", y me
pregunté: “¿Así me veía yo?”
Llegamos a casa, mis hijos comían
cuando sonó el teléfono, era Daniell, y le dije emocionada: “Misión cumplida.”
Daniell me dijo: “Entonces dentro de tu
posibilidades hay que salir de compras, maquillaje, ropa y vamos a comenzar una
dieta. Es hora de que empieces a preocuparte por ti.”
Daniell tenía razón, me enfocaba tanto
en ellos que exageraba, y lentamente perdí ese pequeño tiempo que me daba para
mí.
Fui de compras y por primera vez no me
dolió, no sentí remordimiento en gastar en mí. Llegué a casa, hice la cena,
compartí con mis hijos, hicimos tareas, de alguna forma logré sentirme
contenta. Eso me ayudo a que mis hijos estuvieran más tranquilos y unidos.
Cuando llegó la noche y se fueron a dormir,
Daniell llamó y me dijo: “¿Qué aprendimos hoy?” Y le dije todo lo que
reflexioné.
Muchas veces confundimos ser madre con
renunciar a nuestra vida, sin darnos cuenta que todo es un entorno. Nuestra
vida es como un reloj, todo el mecanismo debe estar funcionando y a todo el
mecanismo se le da mantenimiento. Funciona así, si tú estás bien, están bien
tus hijos, si tus hijos y tú están bien, estará bien tu matrimonio, y si tu
matrimonio está bien, estarás bien tú.
Me dijo: “No te abandones nunca. Los
hijos son una recompensa de la vida, no un pago que debas hacer por ellos. Tú
debes seguir creciendo como mujer y como persona, porque tú guías los pasos de
ellos. Eres la pieza más importante del ajedrez, recuerda el rey no es nada sin
la reina.
Antes de hacer cualquier cambió en tu vida debes reencontrarte y amarte
y darte una nueva filosofía de vida. Si tú misma crees en tu brillo los
demás lo verán.”
Pasaron los días, empecé a perder peso, la ropa nueva y el maquillaje me
hacían verme al espejo y amarme. La vida empezaba a sonreírme.
Daniell seguía poniéndome metas pequeñas que se me hacían fáciles
cumplir.
En dos meses bajé considerablemente de
peso; mi autoestima subió, mis hijos me veían con un brillo diferente y por qué
no, hasta empezaron a haber pretendientes.
Daniell me llamó y me dijo: “Estoy a
punto de cumplirte mi promesa, esta tarde quiero que alguien cuide de tus hijos,
iré a verte, quiero que hables con alguien.”
Encargué a mis hijos y esperé a Daniell
arreglada. Llegó y se sentó en el sillón, me miró y sonrió diciendo: “¿Cómo te
sientes? Es hora de cerrar tu historia.”
Me tomó de la mano y me dijo: “Cierra los ojos, quiero que hables con
alguien”. Al abrirlos había un espejo frente a mí. “Ahora dile todo.”
Me miré a mí misma y dije: “Perdóname, por tanto abandonó, por olvidarme
de ti, de tus gustos, de tu sonrisa, de comprarte ropa y hacerte ver bonita,
por refugiarme en el llanto, por dejar que te humillaran, por maldecirte tantas
veces y por permitir que el tiempo te maltratara.
Dame la oportunidad de demostrarte que
aprendí a ver la vida diferente, que ahora soy mujer y madre y que jamás te
dejare caer de nuevo...”
Daniell presionó mi hombro y empecé a
llorar mucho, pero no era de tristeza, era de felicidad. Por primera vez en
muchos años me sentí desahogada y triunfadora, me sentí mujer.
Daniell se despidió y me dijo: “Ahora
todo lo demás está en tus manos. Puedes tomar decisiones y lo más importante,
ahora tienes un nuevo amanecer en tu vida. Te felicito, tu planta volvió a dar
frutos a la puerta. Y se fue.
Pasaron los meses, no solo mi
autoestima estaba arriba, mi trabajo daba frutos, y mis hijos me veían con
orgullo. Mi ex esposo aprovechaba para pedirme volver cada vez que venía por
mis hijos, pero sinceramente yo ya no quería volver.
Por primera vez en muchos años me
sentía amada por la vida y no me quise comer mi vida en 10 minutos.
Quise buscar a Daniell para darle un
abrazo por devolverme mi vida, pero ya no lo encontré.
Un día pasaba por una librería y miré
su foto en un libro llamado “Relatos de Ángel Medina”, y lo compré. En ese
momento no sabía qué me deparaba la vida, si volvería con mi esposo o si me
enamoraría otra vez, pero lo que si tenía claro era que había vuelto a ser
mujer...
¿Llegaste hasta este punto?
¡Pues te felicito! Porque sé que esta
historia te hará cambiar un poco tu manera de verte.
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