lunes, 3 de abril de 2023

La adicción a la mediocridad: el deseo de ser como los demás

Por Gema Sánchez Cuevas (Tomado del sitio lamenteesmaravillosa)

Cuando se habla de adicción a la mediocridad, se hace referencia a una metáfora que aplica para muchos hombres y mujeres hoy en día. Tiene que ver con esa obsesión por acatar los mandatos sociales para recibir a cambio una aprobación superflua.


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La palabra “normalidad” ha adquirido un fuerte significado. Más que un concepto, ha terminado siendo un mantra del mundo actual. Al decir de muchos pensadores, ese deseo de ser normal y de volver a la normalidad cuando algo se altera ha quedado, en este caso, contagiado de mediocridad.

Muchos tienen una auténtica obsesión por estar en una posición “de centro”, como si eso fuera sustancialmente lo más deseable. El centro no es ese equilibrio en el que las fuerzas se integran, sino un lugar gris en donde suele habitar la mediocridad. Ni mucho, ni poco; ni hacia allá, ni hacia acá. Eso es precisamente lo que algunos llaman “normalidad”.

Hay tanto interés en mantenerse dentro de “lo normal”, que incluso a veces esto se convierte en una obsesión y puede conducir a la mediocridad. Tiene que ver con “ser como todos”, no alejarse mucho del rebaño ni diferenciarse de nada. Acatar con docilidad los mandatos y no salirse de orden, a menos que el desorden sea tendencia.

Todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes”.

-Jorge Luis Borges-

Lo “normal” y la mediocridad

La mediocridad lleva a que las personas no sean ni dañinas ni edificantes. No hacen nada demasiado meritorio, pero tampoco algo significativamente destructivo. En la antigüedad se hablaba de aurea mediocritas, o el “dorado término medio”.

Los epicúreos lo proclamaban como un bien deseable, ya que veían en los excesos un error que conducía al sufrimiento. La mediocridad o medianía actual no es un esfuerzo por regular los aspectos de la realidad para alcanzar las proporciones justas, sino una actitud que equipara “lo normal” -entendido como común- con lo ideal.

Sin embargo, como lo señala José Ingenieros en su libro El hombre mediocrelo que define la mediocridad es precisamente la incapacidad para forjarse grandes ideales y luchar por ellos. Los ideales a los que se refiere este filósofo no son los que impone la cultura, sino los que construye cada individuo de manera auténtica.

Para muchas personas, lo ideal en la actualidad es “ser como”, coincidir con lo que las mayorías definen como bueno o deseable.

El ser humano productivo económicamente y exitoso socialmente es el espejo en el que muchos quieren verse reflejados y la medida desde la cual juzgan su propio avance.

La banalidad como norma

Las formas de vida actuales invitan a permanecer en la periferia de la realidad. Parece como si se hubiese instalado la idea de que las cosas son como son y no hay más remedio que adaptarse a la inercia que generan. No habría ninguna forma posible de vivir como no sea la de producir y cCon independencia de las implicaciones políticas, lo importante es destacar el hecho de que parece como si todo fuera cuestionable, menos las bases mismas de esta realidad. Es como si hubieran desaparecido las grandes preguntas por el sentido de la existencia y se da el tema por resuelto. Como si no hubiera caminos por construir, sino senderos ya hechos para transitar.onsumir; en una palabra, convertirse en una pieza del mercado es lo que se ve como “la realidad de la vida”.

Son muchos los casos en los que deben empeñarse grandes esfuerzos para alcanzar pequeños logros. Las coordenadas de lo real señalan que gozar de un salario y tener dinero para comprar son las metas a alcanzar. Se inocula la creencia de que no hay un “más allá” de esto.

La uniformidad como deseo

La mediocridad tiene que ver con el deseo íntimo de plegarse al rebaño sin cuestionarnos por qué. También con sentir satisfacción al ser aprobado por otros, sin que importe sobre qué base o con qué propósito se produce dicho aval.

Incluso la misma diferenciación se ha convertido en un asunto reglado. Vivimos tiempos de “minorías” que afirman su identidad y reclaman su lugar “dentro” del escenario diseñado de antemano. Las minorías luchan por lograr el reconocimiento de las mayorías. A veces pueden terminar siendo la anécdota del retorno a lo mismo.

Para salir de la mediocridad, no hay que convertirse en un desadaptado ni en un anarquista. Es suficiente con reconocernos y tratar de ser fieles a esos principios que hemos construido mediante la reflexión, por encima de cualquier lealtad que se promueva o exija.

Apostar a ser y no a parecer. Dejar de verse como un “yo” errático e intrascendente y aprender a mirarnos como parte de una historia, de un universo eterno.

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