martes, 17 de diciembre de 2013

Actuamos con determinados valores que hemos elegido libremente

Por: José María R.

Quiero narrar, a mi modo, tres hechos que describen tres realidades que considero valiosas: la amistad, el amor y la solidaridad.

La amistad hay que cuidarla. Es hermoso saber que tus amigos pueden contar contigo, y que uno pueda contar con sus amigos. La amistad es reciprocidad. Por eso donde no hay reciprocidad no podemos hablar de amistad, a lo sumo puede haber oportunismo, o en el menor de los casos, una visión extremadamente egocéntrica de la amistad.
Menciono al menos dos experiencias de esta visión limitada de amistad. La primera experiencia me ocurrió con la señora N. Dentro de una conversación muy habitual, ella me manifestaba, muy entusiasmada, lo mucho que la quería la señora D. Esa situación la hacía sentir estupendamente bien. Mientras ella manifestaba acerca de los afectos de la señora D. a mí lo único que se me ocurrió preguntarle fue ¿Y usted quiere tanto a la señora D. como ella la quiere a usted?
Mi pregunta proyectaba mis propios miedos, es decir, pienso que si mi seguridad se funda en que alguien me quiera, esa seguridad puede sufrir todos los avatares de ese afecto. Por lo tanto, mi seguridad se funda en una radical inseguridad. Mi seguridad con respecto a mis amigos se funda justamente en que ellos pueden contar conmigo. Pero no es sólo un asunto psicológico, si no que es, digamos, epistemológico: sólo sabremos adecuadamente lo que está en juego en el hecho de la amistad, si en lugar de esperar ser amado, soy yo quien se ve impulsado a amar. No ofrecemos nuestra amistad solamente porque nos sintamos carentes, sino que lo hacemos porque sabemos que contamos con algo que podemos ofrecer. Es decir, dando es como  descubrimos con lo que contamos.
La segunda experiencia me ocurrió una tarde que salía de mi trabajo, mientras esperaba a la señorita A. el señor A2, me preguntó acerca de cómo iban las cosas en la oficina; le contesté con la frase ya hecha y evitar mayores explicaciones: “todo bien”. Él aprovechó esta situación para rememorar, con nostalgia, lo bien que lo trataban, para estas fiestas navideñas, los compañeros de su trabajo anterior. Me dijo que la señora I. le regaló no sé qué cosa; que el señor J, también lo hizo. El caso fue que me mencionó al menos cinco de sus antiguos compañeros que le habían obsequiado bonitos regalos. Esta vez no pregunté, sino que me limité a pensar: ¿y y usted qué les regaló?
La pregunta la pensé, porque sentí que la alegría en dar, es igual o mayor, que la alegría de recibir. Creo que hay que celebrar cuando recibimos regalos, pero también creo que hay que celebrar poder ofrecer regalos. Los regalos que nos hacen o hacemos manifiestan que amamos a la otra persona y que la otra persona nos ama a nosotros. El regalo puede llevar el siguiente mensaje:  yo te amo, conozco tu realidad y de este modo me hago cargo de esa realidad. Los regalos se hacen entre amigos, expresan la amistad, expresan el cuido que nosotros queremos hacer de la amistad.
Creo que la amistad es algo que hay que cuidar. Digamos que la amistad, la auténtica amistad, es un valor, es algo valioso.
Esas dos experiencias, al igual que muchas otras me hicieron reflexionar sobre el valor de la amistad. Comparto otra experiencia que me embaucó a sentarme un buen rato y analizar el significado de tal vivencia.
La señorita J. una conocida del trabajo, significó el ideal, no sólo de novia, sino de amante. J. no pasaba desapercibida, llegaba a la oficina y los caballeros, literalmente, babeaban por ella. Ella consciente de esta situación acentuaba todos sus atributos para que su presencia fuera consumada por la mirada y por el pensamiento de los compañeros. J. es linda sin más que decir, tiene un cuerpo exquisito, y una cara de niña traviesa. Confieso que me fascinó desde el primer día que la vi en el chalet, cerca del trabajo. ¡Qué mujer más linda! pensé. Mi alegría se desbordó cuando puede corroborar sería compañera de trabajo.
Por destinos laborales, ella cambió de oficina. Pasaron dos años y nos volvimos a encontrar, me contó que andaba de novia de D.  A partir del día en que nos volvimos a encontrar, comenzó a frecuentar mi área de trabajo en el que yo solía esta. Una mañana aproveché para decirle que me encantaba, que la amaba. A partir de entonces comenzó una extraña relación, que se mantiene hasta el día de hoy.
Cuando esta relación comenzó me moría, literalmente, por hablar con ella. Cada fin de mes me recordaba, por las facturas de teléfono que pagaba, el tiempo gastado en maratónicas conversaciones. Quería estar con ella, verla, darle besos, en sus labios hermosos, estaba enamorado de ella, estaba embrujado por ella.
Pasó el tiempo y ese sentimiento se salió, literalmente, del cuerpo; ya no me interesaba encontrarme con ella; fui incluso indiferente con ella, podía verla conectada en una de las muchas formas de mensajería instantánea y no le hablaba; si ella lo hacía, podía darme el lujo de no contestarle y hacerlo hasta el día siguiente; dejó de preocuparme si llegaba o no a nuestras citas.
El amor se había ido. No es necesario hacer un recuento de lo que pasó para que se fuera, simplemente pasó. Llegué a concluir que si alguien me interesa afectivamente, eróticamente  (entendiendo por erotismo a ese tipo de amor que cuando lo encuentro experimento que me lleno; a ese tipo de amor que lo busco, no porque yo este pleno, sino porque  experimento que me falta algo muy importante para realizar mi vida), tengo que comenzar por cuidar a ese amor. Tanto el amor erótico, como el amor agapeo son importantes para realizarse como persona, es valioso, es un valor.
He dejado de comprar comida que venden en el chalet cercano a mi trabajo, que aquí entre paréntesis es muy mala comida; y estoy destinando ese dinero a un señor que está a la entrada pidiendo monedas. Esta otra experiencia es la que me plantea reflexionar sobre un tercer valor. Conste, Ya la había realizado en múltiples ocasiones en cuanto selecciono a uno de tantos indigentes que abundan en la ciudad y cada vez que paso junto a ellos les deseo, con la moneda que le doy, que reciban la gracia del cielo para que les ayude a salir de la situación indigna en la que se encuentran.
Con esa moneda quiero indicar que me encuentro cercano a ellos, que siento en mi propia carne la situación de inseguridad y de vulnerabilidad en la que se encuentran, quiero decirle que del único lugar que pueden salir, es justamente del lugar en que se encuentran, que pueden seguir bajando en niveles de indignidad pero que hoy están ahí,  y que desde ahí pueden comenzar a desear salir, o al menos, desear desear salir.
Entiendo por solidaridad preocuparse por el otro, sin erigirse en su cacique, caudillo, redentor, mesías; preocuparse por el otro para que sea este otro el que desde sí mismo se apreste con bravura, valentía y “parresía”  salir de la situación en la que se encuentra.
La solidaridad es una condición sine qua non (sin la cual no) para salir de la situación en la que se encuentra nuestro mundo. La solidaridad es un valor fundamental para rediseñar esta sociedad en la que estamos.
Por lo tanto, la amistad, el amor y la solidaridad pueden considerarse como valores fundamentales; fundamentales porque pueden erigirse en la piedra angular, tanto de la sociedad como de los individuos que la forman. En este sentido, me parece sugerente la noción de valor que ofrece Gevaert, cuando observa que “valor es todo lo que se cree relevante para realizar la existencia humana, todo lo que permite dar un significado a la existencia humana”.
Los valores están muy vinculados a los individuos. De hecho, no tendría ánimo para discutir, por ejemplo, con el señor M. si son estos los valores, o si son otros los que dan sentido, tanto a mi existencia, como a la sociedad en la que estamos. Tendría que decir, con toda claridad, que para mí, esos son los valores; pero una vez dicho esto, tanto para mí como para los demás, va a ser de mucha importancia la realización, la concreción de esos valores en la sociedad en la que me encuentro, en la sociedad que hago mi vida, con mi familia, con mis amigos, en mi trabajo, en mi comunidad. Se trata de valores que “se realizan, como recuerda Gevaert, en el mundo concreto”.
En este sentido, sin J, H, R, K y L ¿tendría sentido especular acerca de la amistad? ¿Qué sentido puede tener que Aquiles hable de amistad prescindiendo de Patroclo? No sé si la amistad es un arquetipo, lo que sí sé es que puedo hablar de amistad en la medida en la que tengo unos amigos y amigas concretas. No quiero quitar importancia al nivel de abstracción que consiguen los pensadores cuando asumen como objeto de su reflexión las cosas en general. Sin embargo, lo que me importa decir es que mi corazón se llena de júbilo, cuando existe alguien a quien atribuir dicha amistad. Esto mismo puede decirse, tanto del amor como de la solidaridad

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