domingo, 14 de octubre de 2018

Una historia que toda mujer debe leer

Mi nombre es Verónica y esta es la historia que cambio mi vida.
Me casé joven y enamorada. Tuve dos hijos, y si eres mujer y me estás leyendo, comprendes que los hijos lentamente te roban la hermosura. No me quejo, mis diablillos son lo más bello de mi vida, pero era difícil verme al espejo y descubrir que los años estaban sepultando a la mujer loca atrevida y soñadora que fui alguna vez.

Mi esposo siempre bromeando con mi peso, destruyendo mi autoestima y lentamente se convertía en un patán que más de una vez maldije y quería se fuera de mi vida, pero tenía la esperanza de que volviera a ser el hombre del cual me enamoré.

Miles de dietas y clases interrumpidas de zumba no eran la solución porque antes que mujer era madre y los hijos demandan una atención que te pone entre la espada y la pared.
Él nunca estaba con nosotros; a veces llegaba borracho y medio me complacía, pero sin la misma intensidad. Yo trataba de atraer su atención, pero para su gusto ya no lograba complacerlo.
Mis amigas me daban los consejos clásicos: déjalo tu vales más, pero yo tenía miedo, tanto miedo a la soledad, al rechazo, a batallar sola. Pensaba en mis hijos, en su bienestar. Mi vida atravesaba un infierno que solo yo podía ver y tenía que resistir.
Hasta que en su celular le encontré esos mensajes. Sí, lo sé, estuvo mal, pero su distancia era mucha, su tiempo para el teléfono mucho, y a mí me carcomía la duda y el celo.
Ella le escribía cosas obscenas, él le respondía de la misma manera. También encontré fotos de ella, era hermosa, de buenas formas y mucho más joven que él y yo. Esa mujer sacaba esa parte de mi marido que hacía mucho tiempo yo no podía encontrar.
Quise despertarlo, quise gritar, pero era de madrugada, me senté en la mesa y prepare un café, tenía que pensar bien lo que haría. Primero me sentí furiosa porque él era infiel, después empecé a culparme porque sentía que yo lo orillé. Me fui a dormir, no le dije nada, quería recuperarlo, tenía que regresarlo a mi lado.
Esa tarde le pedí a mi mamá que cuidara a los niños, prepare una cena, puse incienso y música romántica de un disco que el mismo me editó. Me puse un liguero que no me quedaba bien, me planche el cabello y lo esperé. Necesitaba hacerlo, tenía que seducirlo.
Díez de la noche su hora de llegada y no llegó; las velas se acabaron y el disco dio tres vueltas y el no apareció. Empezó a darme frío, me puse ropa más cómoda y pasando la 1:00 am llegó muy ebrio, se burló de mi disco y de mis velas y me llamó vieja. Lo tomé de la mano y me soltó; me desnudé rápido, tenía que enseñarle mi lencería pero solo me miró, se dio la vuelta y se tiró en la cama diciendo: “házmelo pues...”
Me sentí tan mal, tan tonta, tan sucia. Tomé mi ropa y me fui de ahí. Él me gritaba pero su borrachera era tanta que no pudo seguirme. Corrí y tomé las llaves de mi auto, me fui al único bar que estaba abierto.
Me sentía destruida, tenía que tomar algo y llorar; había poca gente, pedí una margarita, caminé a la rockola y busqué algunas canciones de despecho. Escuché a unos idiotas en la mesa contigua diciendo: mira una madre luchona. Me dio rabia, caminé de vuelta a mi mesa y comencé a tomar, mis lágrimas escurrían y pensaba: en otros tiempos miles de caballeros rodearían mi mesa ofreciendo una bebida, pero esa noche sólo quedan las ruinas de la mujer que alguna vez fui.
Pensaba en todo lo que pasaba en mi vida, simplemente quería correr y dejarlo todo. Le pedí a Dios que me ayudara, cuando un vaso con vodka fue puesto en mi mesa y frente a mí se sentó un hombre algo extraño, vestía de negro, tenía un vodka en su mano y me dijo: “mucho gusto mi nombre es Daniell y puedo ayudarte.”
Yo lo miré y me quedé sorprendida, le dije: “no gracias soy casada”, y baje la mirada, pero él no se fue, y me dijo: “lo sé, y sé por lo que estás pasando. Llámalo suerte o destino, pero estaba a punto de irme cuando pude leerte, y me di cuenta que necesitabas un poco de ayuda.”
Levanté la mirada y le dije: “¿Leerme?”
Él sonrió y me dijo: “madre engañada, autoestima perdida, con ganas de huir de la vida y preocupada por qué hacer de almuerzo mañana. Dime, ¿Cuándo lo descubriste?”
Me quedé sorprendida. ¿Tan obvia soy?
Su plática era agradable y no se veía ninguna intención. Entonces le dije: “y según tú como me vas a ayudar.”
Él sonrió y me dijo: “soy mago”.
Yo lo miré escéptica y le dije: “vete con tus trucos baratos.”
Él sonrió de nuevo y dijo: “¿Baratos? Hagamos algo, muéstrame una foto de tu esposo, hijo e hija y te los voy a describir tal cual, y si lo logro sin fallar me dejarás ayudarte.”
Lo dudé un minuto pero se veía tan convencido que decidí hacerlo, si fallaba me podría reír de este payaso en su cara. Saqué mi celular y se los mostré, y para mi asombró me dijo exactamente todo sobre ellos.
Sorprendida, pero tranquila, le dije: “señor mago tiene mi atención.”
Entonces empecé a contarle sobre mí. Él me escuchó con atención. Cuando terminé de hablar me dijo: “Bien, vamos a reparar tu vida, ¿de acuerdo?”
¿Es usted psicólogo o algo?
Él sonrió y dijo: “Solo soy un extraño que te va a revelar el mundo con otros ojos y para eso deberás seguir mis instrucciones, sin chistar y sin contradecir, y en exactamente dos meses tendremos un resultado. ¿De acuerdo? Y extendió su mano.
Yo dije que sí con la cabeza. Entonces estrechó mi mano fuerte, me miró a los ojos me dijo:
“A partir de este momento no vas a poder llorar, vamos a recuperar a la chica linda que está dentro de tus ojos.”
Escribió su número y lo puso en mi mano diciendo: “ve a casa a descansar muy bien, cuando todos se vallan me mandas un mensaje y te daré instrucciones”. Dio un último sorbo a su trago y se fue. 
Llegue a casa y él estaba dormido en el sillón, roncando, medio desnudo, así que lo cobijé y me fui a la cama. Desperté y él estaba con una maleta lista. Me dijo que ya no me quería. Me preguntó que a dónde me había ido anoche, que si tenía un amante.
Yo no dije nada, no podía llorar. Él se enojó de verme seria y fría, me echó en cara a su amante y se burló de mi cuerpo. Tomó su maleta y me dijo que tenía una vida feliz esperándolo a lado de ella, dio un portazo y se fue.
Tomé mi teléfono y llamé a Daniell y le dije: “¿Qué me hiciste? Quiero llorar.” Él sonrió como si no pasara nada y me dijo: “Digamos que guardé tus lágrimas. ¿Qué pasa?”, preguntó.
Le conté todo. Me dijo: “Déjalo irse. Cada quien elige su destino. El de él es perderse en una relación de arena y el tuyo será ¡Renacer! Primero vamos ver los estragos del terreno. Quiero que vallas al baño y tomes algunas fotos de tu cuerpo y las veas con calma, no te alarmes no las veré solo quiero que las veas tú, después las borras.”
Al principio me sentí incomoda, pero me animé y lo hice, las tomé de varios ángulos, muchas no me gustaron pero otras sí.
Comprendí que aunque el tiempo pasó aún tenía un poco de mí, me sentí hermosa, de alguna forma me di cuenta que no estaba tan pérdida. Sí me faltaba un poco de trabajo en algunas zonas, pero aún tenía cierta belleza íntima.
Borré las fotos. Mi entusiasmo estaba arriba. Le marqué. Y Daniell preguntó: “¿Te gustó lo que viste?”
Dudosa le dije: “Pues más o menos”. Él sonrió, y dijo: “Bien pues hagamos que te guste. Recuerda, cuándo nosotros nos gustamos le gustamos a los demás. Ahora quiero que vayas a tu armario y tires la ropa vieja y todo lo que ya no usas.”
Fui a mi armario. De verdad tenía ropa que ni me quedaba y guardada para cuando me viera más flaca, ropa que estaba gastada. Entonces comprendí que tenía mucho sin comprarme nada, que todo lo que había en el armario era ropa que tenía por el miedo a sentirme mal por gastar dinero en mí.
De nuevo sonó el teléfono, era Daniel diciendo: “Con el paso de los años y los hijos nos olvidamos de nosotros mismos. Las fotos que viste son la imagen que solo tu pareja ve en la intimidad y es tu tesoro más grande.
La vida va dejando marcada una historia en cada uno de nosotros, pero nos gusta vivir en el pasado aferrado y a veces enamorado de recuerdos, olvidamos que nuestra autoestima es una plantita que debemos regar día a día.
Y al igual que en nuestro jardín esa plantita debe mantenerse sana y hermosa y eso es responsabilidad nuestra, de nadie más. Es hora de empezar un poco de jardinería, debemos levantar esa autoestima y aprender que lo que para los ojos de otra persona no es bonito, para los de otras puede ser lo más hermoso.
Busca tu mejor ropa, arréglate, maquíllate, deja salir esa mujer que tiene mucho tiempo encerrada dentro de ti y me escribes al terminar.”
Entendí muchas cosas; me vestí con mi mejor ropa, esa que yo decía: “la usaré para salir a lugares importantes”. Me maquillé y me veía hermosa como cuando salía de fiesta.
De pronto me pregunte: “¿Por qué no vestía siempre así? ¿En qué momento decidí que esta ropa solo la usaría para salir a reuniones importantes? Sonreí, hacía mucho que el espejo no me sonreía.
Le mande un mensaje a Daniell y le dije: “Debo ir por mis hijos.”
Él me dijo: “Antes de recoger a tus hijos debes cumplir una meta. Quiero 5 comentarios de que te ves bien, así que ve a ser madre, pero no olvides también ser mujer.” Solo le mandé una carita apenada y me fui.
Durante el trayecto las cosas parecían diferentes, era como si el mundo brillará de nuevo. Llegué a comprar unos jugos para mis hijos y un señor del comercio me dijo que me veía muy bien. Así paso en la gasolinera y en el estacionamiento, el director de la escuela, también dijo algo halagador y hasta un borrachito de la calle dijo: ¡wow!
Mis hijos estaban asombrados al verme. Era increíble cómo veía a las demás mamás desarregladas y con cara de "ya no soporto mi vida", y me pregunté: “¿Así me veía yo?”
Llegamos a casa, mis hijos comían cuando sonó el teléfono, era Daniell, y le dije emocionada: “Misión cumplida.”
Daniell me dijo: “Entonces dentro de tu posibilidades hay que salir de compras, maquillaje, ropa y vamos a comenzar una dieta. Es hora de que empieces a preocuparte por ti.”
Daniell tenía razón, me enfocaba tanto en ellos que exageraba, y lentamente perdí ese pequeño tiempo que me daba para mí.
Fui de compras y por primera vez no me dolió, no sentí remordimiento en gastar en mí. Llegué a casa, hice la cena, compartí con mis hijos, hicimos tareas, de alguna forma logré sentirme contenta. Eso me ayudo a que mis hijos estuvieran más tranquilos y unidos.
Cuando llegó la noche y se fueron a dormir, Daniell llamó y me dijo: “¿Qué aprendimos hoy?” Y le dije todo lo que reflexioné.
Muchas veces confundimos ser madre con renunciar a nuestra vida, sin darnos cuenta que todo es un entorno. Nuestra vida es como un reloj, todo el mecanismo debe estar funcionando y a todo el mecanismo se le da mantenimiento. Funciona así, si tú estás bien, están bien tus hijos, si tus hijos y tú están bien, estará bien tu matrimonio, y si tu matrimonio está bien, estarás bien tú.
Me dijo: “No te abandones nunca. Los hijos son una recompensa de la vida, no un pago que debas hacer por ellos. Tú debes seguir creciendo como mujer y como persona, porque tú guías los pasos de ellos. Eres la pieza más importante del ajedrez, recuerda el rey no es nada sin la reina.
Antes de hacer cualquier cambió en tu vida debes reencontrarte y amarte y darte una nueva filosofía de vida. Si tú misma crees en tu brillo los demás lo verán.”
Pasaron los días, empecé a perder peso, la ropa nueva y el maquillaje me hacían verme al espejo y amarme. La vida empezaba a sonreírme.
Daniell seguía poniéndome metas pequeñas que se me hacían fáciles cumplir.
En dos meses bajé considerablemente de peso; mi autoestima subió, mis hijos me veían con un brillo diferente y por qué no, hasta empezaron a haber pretendientes.
Daniell me llamó y me dijo: “Estoy a punto de cumplirte mi promesa, esta tarde quiero que alguien cuide de tus hijos, iré a verte, quiero que hables con alguien.”
Encargué a mis hijos y esperé a Daniell arreglada. Llegó y se sentó en el sillón, me miró y sonrió diciendo: “¿Cómo te sientes? Es hora de cerrar tu historia.”
Me tomó de la mano y me dijo: “Cierra los ojos, quiero que hables con alguien”. Al abrirlos había un espejo frente a mí. “Ahora dile todo.”
Me miré a mí misma y dije: “Perdóname, por tanto abandonó, por olvidarme de ti, de tus gustos, de tu sonrisa, de comprarte ropa y hacerte ver bonita, por refugiarme en el llanto, por dejar que te humillaran, por maldecirte tantas veces y por permitir que el tiempo te maltratara.
Dame la oportunidad de demostrarte que aprendí a ver la vida diferente, que ahora soy mujer y madre y que jamás te dejare caer de nuevo...”
Daniell presionó mi hombro y empecé a llorar mucho, pero no era de tristeza, era de felicidad. Por primera vez en muchos años me sentí desahogada y triunfadora, me sentí mujer.
Daniell se despidió y me dijo: “Ahora todo lo demás está en tus manos. Puedes tomar decisiones y lo más importante, ahora tienes un nuevo amanecer en tu vida. Te felicito, tu planta volvió a dar frutos a la puerta. Y se fue.
Pasaron los meses, no solo mi autoestima estaba arriba, mi trabajo daba frutos, y mis hijos me veían con orgullo. Mi ex esposo aprovechaba para pedirme volver cada vez que venía por mis hijos, pero sinceramente yo ya no quería volver.
Por primera vez en muchos años me sentía amada por la vida y no me quise comer mi vida en 10 minutos.
Quise buscar a Daniell para darle un abrazo por devolverme mi vida, pero ya no lo encontré.
Un día pasaba por una librería y miré su foto en un libro llamado “Relatos de Ángel Medina”, y lo compré. En ese momento no sabía qué me deparaba la vida, si volvería con mi esposo o si me enamoraría otra vez, pero lo que si tenía claro era que había vuelto a ser mujer...
¿Llegaste hasta este punto?
¡Pues te felicito! Porque sé que esta historia te hará cambiar un poco tu manera de verte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario