sábado, 13 de octubre de 2018

“El respeto al derecho (creencia) ajeno es la paz.”


Somos, en general, una sociedad salvadoreña muy conservadora, cuyo fundamentalismo religioso, generado mayormente por las iglesias Católica y Cristiana no Católica, ha generado que la población se enfrente en discusiones fanáticas sobre la fe. 
Ya no solo basta estar escuchando enfrentamiento entre fanáticos areneros, rojos y golondrinos, o entre los malinchistas aficionados merengues y azulgranas, sino que el fanatismo religioso es motivo de discusión (y hasta insultos) entre los salvadoreños. 

Lastimosamente el acto de canonización del beato Monseñor Óscar Arnulfo Romero, en vez de ser un momento de alegría para los salvadoreños, quizá para muchos, se ha convertido en motivo de intolerancia e irrespeto para otros. 

Desde que se anunció el acto a celebrase en Roma, se ha desatado una serie de comentarios, en su mayoría con palabras de intolerancia, hacia aquellas personas, no solo creyentes católicos, que se alegraron por dicho nombramiento. 

Y es que el fanatismo religioso, y peor el fanatismo religioso partidista, ha provocado muchos enfrentamientos escritos entre los diferentes usuarios de redes sociales. No se ha logrado entender, y mucho menos practicar, que cuando empezamos a atacar las creencias del otro, se empieza a desobedecer el mandamiento dejado por Jesucristo: “Amar a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo”. Este mandado es dicho para los creyentes cristianos de cualquier denominación. 

Somos una sociedad en que la mayoría de salvadoreños no respetamos las creencias y opiniones de los demás. Si somos Católicos tratamos de defender e imponer nuestros criterios ante los criterios del Cristiano no Católico, y viceversa. Lo peor es que no brindamos razonamientos, sino ofensas, porque no tenemos argumentos, no tenemos fundamentos. 

No conozco ninguna religión que, sin la interpretación humana, promulgue el odio y la violencia. Al contrario, las diversas creencias se basan en el amor hacia un ser supremo, hacia uno mismo y hacia su entorno. Pero somos tan dogmáticos que no podemos convivir con otra persona que profese una creencia diferente. Si aprendiéramos y practicáramos cada uno de los principios que las religiones que profesamos nos plantean, actos como el de mañana deberían ser eventos de alegría, no de discusión. 

Y quizá, en muchas ocasiones, no son los líderes religiosos los que se delatan con este tipo de actos, sino los fanáticos creyentes. No hemos aprendido que la salvación, la reencarnación o en lo que se quiera creer, es personal y cada uno decide cómo vivir su fe. No hemos aprendido que amar al otro es respetar sus creencias y sus acciones. Porque las creencias religiosas son como el café, cada quien se lo toma como quiere (si es que nos gusta tomar café, sino no se lo tome). 

Por tanto, y ante el acto conmemorativo de mañana, si usted no cree o no está de acuerdo ante lo que se celebrará, practique su fe tolerando y respetando la creencia de los demás. Aunque el respeto y la tolerancia se debe poner en práctica en todos los ambientes de la vida humana, porque solo respetando y tolerando podremos tener una mejor convivencia entre las personas. 

Ser creyente es llevar a la práctica lo que Gandi mencionó en una ocasión a sus discípulos: “No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener hacia la fe de los demás el mismo respeto que se tiene por la propia.”

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