Por Rubén Fúnez
¿Qué significa, para mí, el hecho de estar y de pertenecer al mundo? Aún prescindiendo de las mil dificultades que suscita el “para mi” tengo inevitablemente que encarar lo que entiendo por mundo. Para ello voy a partir de las expresiones comunes con las que me refiero al mundo.
La primera que aparece es la de “mi mundo”. No sólo es mundo, sino que es mío, y la correcta interpretación de lo que sea mundo proviene de este fuerte matiz de ser mío. Con todo lo problemático que pueda ser, la expresión supone que hay muchos mundos, los mundos de cada cual. Esto lo constatamos porque del mismo modo que puedo decir “mi” mundo, puedo decir “su” mundo, “tu” mundo, etc.
Puede, este mundo, tener “cosas” en
común, pero al no vivirlas como mías no pertenecen a mi mundo. Por lo tanto,
hay un fuerte ingrediente de pertenencia: mis ideas, mis amigos, mi familia, mi
trabajo, mi formación, mi historia personal, mis luchas, son mi mundo. Este es
el contenido de mi mundo, pero ese contenido está “conectado” por ser mío. Si
no existiera esta dimensión ese contenido sería ajeno, quizá sería otro mundo,
pero no sería el mío. Esto es importante identificarlo.
Sin embargo, por mucho que me atraiga
la idea, mi mundo, no es una realidad cerrada sobre sí mismo; no lo es justamente porque el contenido de mi mundo
es un contenido compartido con otros mundos. Mis ideas son ideas comunes, etc.
Mi mundo es un mundo abierto.
Otra afirmación muy querida,
generalmente la formulo diciendo que “nuestro mundo está herido de muerte”.
Entonces no sólo hay “mi” mundo, sino que hay “nuestro” mundo. Hay un mundo que
comparto con los demás, con los otros: el aire, los ríos, los mares, las
montañas, las ciudades y cantones, los gobiernos, la guerra y la paz. En este
sentido, nuestro mundo es nuestro planeta. Es nuestro, es decir, nos pertenece, lo
compartimos y es vital para nuestra sobrevivencia.
Con “nuestro” mundo quiero acentuar
que existe algo que todos tenemos que cuidar. Hay en esta actitud la firme
convicción de que las exigencias del cuido de nuestro mundo sobre pasa mis
propias capacidades; “nuestro” mundo indica el llamado a unir esfuerzos.
En rigor, sea “mi” mundo, sea
“nuestro” mundo, la idea que da cuenta de ellos es la de pertenencia. Entonces
hay que decir que la importancia de esta pertenencia al mundo estriba en que
capto que se trata de algo a lo que
estoy unido por lazos de pertenencia. Hay una totalidad sea mía o sea nuestra
que me pertenece, que nos pertenece.
Hay un elemento que ha quedado en la
penumbra al acentuar la idea de mundo, y pasar por alto, tanto el “mi”, como el
“nuestro”. El mundo es “mío”, el mundo es “nuestro”. Por lo tanto, el sujeto
juega una función de vital importancia. No sólo basta que nos preguntemos por
el mundo, sino que es importante que nos preguntemos por el sujeto.
Importa saber qué idea tengo de mi
mismo: ¿soy “algo” que se agota en pensar?, ¿soy únicamente “algo” que se agota
en servir de medio, de vía a la realización al Espíritu absoluto? No me
interesa en este momento inquirir cuáles pueden ser las consecuencias de ambas
concepciones. Sin embargo, vale la pena reflexionar sobre ellas.
Quiero señalar que es un hecho que
pienso, que razono, que soy capaz de identificar tendencias ¿pero soy mero
pensamiento? No lo creo así, incluso, no creo que primariamente sea pensamiento.
Soy alguien que ama, que toma decisiones, que tiene fe, y que, fundamentalmente,
vive de una manera esperanzada. Estas últimas cuestiones no son meramente
biológicas. Pero, ¿es que acaso pensar, razonar, abstraer son actividades
exclusivamente biológicas? No lo creo. Por lo tanto, este sujeto complejo e
indescifrable es quien está en el mundo. La filosofía o buena parte de la
filosofía prácticamente desde los griegos, ha desvanecido al sujeto.
¿Cómo estamos en el mundo? El hombre
es un sujeto, un ser en el mundo, un ser que está en el mundo hablando.
Hablando consigo mismo, hablando con los demás, e incluso hablando con Dios. La
palabra, el habla es lo que ha hecho que este mundo tenga un carácter humano.
La palabra hace del mundo una realidad fantástica, las palabras inventan
realidades; el instrumento que tienen a
la mano los grandes soñadores es la palabra. La palabra es un medio, a
veces eficaz, para dar forma a los sentimientos; los sentimientos no sólo se
sienten, sino que son expresados, toman vida al ser transmitidos por medio de
la palabra. Las palabras arrastran, los buenos utilizadores de las palabras
enardecen a las masas humanas. Las palabras hechizan, los enamorados comienzan
diciéndose palabras y dichas palabras realizan lo que significan. Las palabras
embaucan, hubo un tiempo en que bellamente se trocaba un argumento falso, en un
hermoso y aparente y verdadero razonamiento. Con las palabras se miente. Las
palabras anulan, sobre todo cuando se hiere con ellas, cuando con ellas
humillamos, y cuando con ellas ignoramos. También hay que decir que las
palabras cansan tanto al que las profiere cuando no consigue ningún resultado,
como al que las escucha, cuando no son estas las que esperaba escuchar.
Otro rasgo de este estar en el mundo, es mediante las actividades con las que lo transformamos. Este mundo que tenemos, no es el mundo que salió de las manos de Dios, hasta Dios mismo se sorprendería de lo cambiado que está su mundo. El hombre puede transformar al mundo o bien en un infierno o bien en un paraíso.
"Mío", "tuyo","nuestro"... deberíamos de llamarlo "el mundo", otorgarle el lugar que merece y dotarlo de la personalidad que nosotros hemos destruido. Nosotros no lo poseemos; pero, somos administradores de este gran Don. Muy buen artículo, gracias por compartirlo.
ResponderEliminarMuy buen concepto...
ResponderEliminar-F.Cristian-