miércoles, 4 de diciembre de 2013

Nuestra dimensión mundanal

Por Rubén Fúnez

¿Qué significa, para mí, el hecho de estar y de pertenecer al mundo? Aún prescindiendo de las mil dificultades que suscita el “para mi” tengo inevitablemente que encarar lo que entiendo por mundo. Para ello voy a partir de las expresiones comunes con las que me refiero al mundo.

La primera que aparece es la de “mi mundo”. No sólo es mundo, sino que es mío, y la correcta interpretación de lo que sea mundo proviene de este fuerte matiz de ser mío. Con todo lo problemático que pueda ser, la expresión supone que hay muchos mundos, los mundos de cada cual. Esto lo constatamos porque del mismo modo que puedo decir “mi” mundo, puedo decir “su” mundo, “tu” mundo, etc.

Puede, este mundo, tener “cosas” en común, pero al no vivirlas como mías no pertenecen a mi mundo. Por lo tanto, hay un fuerte ingrediente de pertenencia: mis ideas, mis amigos, mi familia, mi trabajo, mi formación, mi historia personal, mis luchas, son mi mundo. Este es el contenido de mi mundo, pero ese contenido está “conectado” por ser mío. Si no existiera esta dimensión ese contenido sería ajeno, quizá sería otro mundo, pero no sería el mío. Esto es importante identificarlo.

Sin embargo, por mucho que me atraiga la idea, mi mundo, no es una realidad cerrada sobre sí mismo;  no lo es justamente porque el contenido de mi mundo es un contenido compartido con otros mundos. Mis ideas son ideas comunes, etc. Mi mundo es un mundo abierto.

Otra afirmación muy querida, generalmente la formulo diciendo que “nuestro mundo está herido de muerte”. Entonces no sólo hay “mi” mundo, sino que hay “nuestro” mundo. Hay un mundo que comparto con los demás, con los otros: el aire, los ríos, los mares, las montañas, las ciudades y cantones, los gobiernos, la guerra y la paz. En este sentido, nuestro mundo es nuestro planeta.  Es nuestro, es decir, nos pertenece, lo compartimos y es vital para nuestra sobrevivencia.

Con “nuestro” mundo quiero acentuar que existe algo que todos tenemos que cuidar. Hay en esta actitud la firme convicción de que las exigencias del cuido de nuestro mundo sobre pasa mis propias capacidades; “nuestro” mundo indica el llamado a unir esfuerzos.

En rigor, sea “mi” mundo, sea “nuestro” mundo, la idea que da cuenta de ellos es la de pertenencia. Entonces hay que decir que la importancia de esta pertenencia al mundo estriba en que capto que se trata de  algo a lo que estoy unido por lazos de pertenencia. Hay una totalidad sea mía o sea nuestra que me pertenece, que nos pertenece.

Hay un elemento que ha quedado en la penumbra al acentuar la idea de mundo, y pasar por alto, tanto el “mi”, como el “nuestro”. El mundo es “mío”, el mundo es “nuestro”. Por lo tanto, el sujeto juega una función de vital importancia. No sólo basta que nos preguntemos por el mundo, sino que es importante que nos preguntemos por el sujeto.

Importa saber qué idea tengo de mi mismo: ¿soy “algo” que se agota en pensar?, ¿soy únicamente “algo” que se agota en servir de medio, de vía a la realización al Espíritu absoluto? No me interesa en este momento inquirir cuáles pueden ser las consecuencias de ambas concepciones. Sin embargo, vale la pena reflexionar sobre ellas.

Quiero señalar que es un hecho que pienso, que razono, que soy capaz de identificar tendencias ¿pero soy mero pensamiento? No lo creo así, incluso, no creo que primariamente sea pensamiento. Soy alguien que ama, que toma decisiones, que tiene fe, y que, fundamentalmente, vive de una manera esperanzada. Estas últimas cuestiones no son meramente biológicas. Pero, ¿es que acaso pensar, razonar, abstraer son actividades exclusivamente biológicas? No lo creo. Por lo tanto, este sujeto complejo e indescifrable es quien está en el mundo. La filosofía o buena parte de la filosofía prácticamente desde los griegos, ha desvanecido al sujeto.

¿Cómo estamos en el mundo? El hombre es un sujeto, un ser en el mundo, un ser que está en el mundo hablando. Hablando consigo mismo, hablando con los demás, e incluso hablando con Dios. La palabra, el habla es lo que ha hecho que este mundo tenga un carácter humano. La palabra hace del mundo una realidad fantástica, las palabras inventan realidades; el instrumento que tienen a  la mano los grandes soñadores es la palabra. La palabra es un medio, a veces eficaz, para dar forma a los sentimientos; los sentimientos no sólo se sienten, sino que son expresados, toman vida al ser transmitidos por medio de la palabra. Las palabras arrastran, los buenos utilizadores de las palabras enardecen a las masas humanas. Las palabras hechizan, los enamorados comienzan diciéndose palabras y dichas palabras realizan lo que significan. Las palabras embaucan, hubo un tiempo en que bellamente se trocaba un argumento falso, en un hermoso y aparente y verdadero razonamiento. Con las palabras se miente. Las palabras anulan, sobre todo cuando se hiere con ellas, cuando con ellas humillamos, y cuando con ellas ignoramos. También hay que decir que las palabras cansan tanto al que las profiere cuando no consigue ningún resultado, como al que las escucha, cuando no son estas las que esperaba escuchar.

Otro rasgo de este estar en el mundo, es mediante las actividades con las que lo transformamos. Este mundo que tenemos, no es el mundo que salió de las manos de Dios, hasta Dios mismo se sorprendería de lo cambiado que está su mundo. El hombre puede transformar al mundo o bien en un infierno o bien en un paraíso. 

2 comentarios:

  1. "Mío", "tuyo","nuestro"... deberíamos de llamarlo "el mundo", otorgarle el lugar que merece y dotarlo de la personalidad que nosotros hemos destruido. Nosotros no lo poseemos; pero, somos administradores de este gran Don. Muy buen artículo, gracias por compartirlo.

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