viernes, 21 de marzo de 2014

Monseñor Romero, un hombre de fe



Por: Rubén Fúnez


Pensar en Mons. Romero, es pensar en nuestra propia praxis como cristianos. Mons Romero fue asesinado porque respondió a la realidad. Por eso su respuesta a esa realidad es un aguijón siempre presente, que nos fuerza a preguntarnos ¿qué estamos haciendo con esta realidad que se empeña en negar la misericordia y el amor de Dios? 
Encararse con personas como Mons Romero es, si quieren, erigir una especie de tribunal
que con ultimidad nos exige volver la mirada hacia uno mismo. Y esto es bueno. Mons Romero respondió a una situación difícil, incierta, dolorosa, en una palabra: terrible. Fue una situación en la que campeaba la muerte. Volver los ojos a Mons Romero nos fuerza a que nosotros respondamos también a la situación en que nos ha tocado en suerte vivir.  No volvemos los ojos a Mons Romero sólo con el afán de conocer cómo vivió, sino que volvemos para que nos dé luces, para ver cómo tenemos nosotros que vivir.
Vamos a abordar brevemente seis cuestiones: 1 Enséñanos a tener fe, 2 Enséñanos a amar a tus pobres 3, Enséñanos a estar en la realidad 4. Enséñanos a mantener la esperanza 5. Enséñanos a mantener la esperanza 6. Inspira nuestra fe. 
1Enséñanos a tener fe
Dice el Padre Jon Sobrino, que Mons Romero fue un hombre de Dios. Esto significa que una de las características principales fue su profunda fe en Dios, Mons Romero Creyó en Dios. ¡Cuidado! no estamos diciendo poco, sino que estamos encarando  una cuestión fundamental. Nosotros decimos creer en Dios, y yo los desafío a que piensen, aunque sea por un solo momento, si en verdad creen en Dios.
Voy a referirles un ejemplo en el que se ve con claridad, cómo aunque digamos   creer mucho, sin embargo, el modo en el que vivimos no indica que creamos lo que decimos creer: escuché la conversación que tenían dos señoras que seguramente acaban de escuchar el sermón del padre después de misa; por lo visto se trataba de unas señoras que tenían una memoria formidable, porque eran capaces de repetir, casi de memoria, todo el sermón. Yo les escuché con cuidado lo que decían, pensando tanto en ellas como en mí mismo, y una de las cosas que me dije fue, “si creyéramos una mínima parte de todo eso que decimos, nuestra vida cambiaría por completo”.
El punto es que a mí me dejaron la impresión de que no vivían de acuerdo a lo que decían creer. Seguramente algo parecido nos pasa a nosotros.
Jesús mismo se dio cuenta de esta situación. El evangelio nos recuerda que sus oyentes no tenían ni un poquito de fe. El acento del texto evangélico no está en lo maravillosa que es la fe, sino que el acento está en que decimos tener fe, pero resulta que la fe que tenemos no tiene ni el tamaño de una semilla de mostaza. Es decir, no tenemos fe.
La figura de Mons Romero, en este sentido, es un desafío que pone en cuestión nada más y nada menos que la  fe que decimos que tener.
Para Jon Sobrino, Mons Romero creyó en un Dios mayor que todo lo creado y por eso, creyó que ha Dios hay que dejarlo ser Dios, sin reducirlo a ninguna cosa creada.
12. Enséñanos a amar a tus pobres
Hay en la fe una intrínseca exigencia de moverse: la fe nos desestabiliza; la fe nos saca de nuestra zona de seguridad; la fe nos exige, como en el caso de Abraham,  dejar la propia casa; Podemos decir que ser cristianos exige estar en movimiento y  Este movimiento es de una importancia crucial para nuestra fe.
También en el caso de Mons Romero se da esta exigencia; en su caso no podemos hablar de una vida oculta, pero ciertamente la vida que llevó anteriormente a su nombramiento como arzobispo, no tuvo ni la publicidad, ni la importancia que tuvieron sus últimos tres años. Dice Ellacuría que fue un “obispo de buena voluntad, un hombre piadoso de oración, un celoso pastor. Incluso estaba considerado como espiritualista y, consecuentemente, reacio a inmiscuirse de modo directo en asuntos temporales. Trataba con los ricos y no desdeñaba a los pobres. Pero con todo ello, apenas representaba algo en la iglesia de El Salvador y más bien era considerado como oponente al nuevo movimiento eclesial despertado en Medellín. Interesado, sobre todo, en la ortodoxia, desconfiaba de las nuevas formulaciones de la teología de la liberación”  
¿Dónde estribó, dónde está la causa de que fuera tan masivamente conocido? Hay que decir, que no estuvo en lo que dijo, pues lo que dijo: sus homilías, sus discursos, sus denuncias, fueron sucesos derivados. Derivados de una opción primaria, de una opción radical: su opción por los pobres. Hay que decirlo, se trató de una opción. Desde esta perspectiva, tuvo que rechazar algunas otras opciones, si sólo hubiera existido la posibilidad de asumir las luchas de los pobres, esta decisión por muy importante y por muy cristiana que hubiera sido, no sería una estricta opción. Se trata de una opción justamente porque fue asumida frente-a, respecto-a, en contra-de otras opciones: la opción del gobierno, que la catalogó como reformas con represión; la opción de la oligarquía, que para él era claramente una opción pecaminosa; y la opción por los pobres, en la que veía mucha esperanza.
La opción por los pobres no fue un asunto meramente de análisis económico; no  optó por los pobres simplemente porque eran mal remunerados y explotados; no fue meramente una opción ética, no optó por los pobres porque los pobres fueran buenos; no fue una opción intelectual, es decir, porque a partir de esa opción entendiera mejor la situación del país; sino que fue una opción profundamente religiosa: esa opción le reveló la realidad de Dios. Dios se revela en los textos evangélicos, pero lo que dicen esos textos es que si queremos saber cómo es Dios, ese conocimiento pasa por la opción por los pobres. Lo que dicen los textos evangélicos corre el peligro de no ser explicitado por mucho y por mucho que los leamos; pero comienzan a ser claros, diáfanos y transparentes, es decir, podemos ver a través de ellos, cuando se opta por los pobres. Los pobres le enseñaron a Mons Romero a leer la Biblia. 
13. Enséñanos a estar en la realidad
Entonces la fe de Mons Romero, fue la fe en un Dios que amaba a los pobres. Sin embargo tener fe en un Dios que ama a los pobres y que justamente se ha descubierto en una previa opción, no es fácil. Frente a ese Dios fácilmente se pueden hacer nuestras, las palabras de los discípulos: ¡duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? y optar, como alguno de ellos, por retirarse y no seguirle. Sin embargo, como todos sabemos, no fue el caso de Mons Romero, sino que descubrir al Dios de Jesucristo, lo llevo de modo cada vez más progresivo a comprometerse con su opción, esto le obligo a tener que conocer la realidad en la que estaba situado. Lo hizo de dos modos: En primer lugar,  escuchando esa realidad y comprometiéndose con ella: le dolía profundamente el pesar que embargaba a los familiares de desaparecidos, que lo único que ansiaban era encontrar el cadáver de sus familiares para poder velarlos y enterrarlos en un lugar en el que pudieran luego ser visitados. Le dolía profundamente la dolorosa tarea de ir recogiendo los cadáveres dejados por la cruenta represión. Entonces Mons Romero se dejaba enseñar por la realidad, pero también dejaba que esa realidad le afectara en lo más profundo de su ser. Mons Romero reaccionaba en sus homilías cómo reaccionaba  porque desde el fondo de su corazón salía tumultuosamente el dolor de la situación en la que se encontraba su pueblo. Se trataba de un dolor re-cordado, es decir, de un dolor que volvía a pasar por su corazón y por eso tomaba una enorme fuerza de denuncia; por eso sus palabras tenían esa fuerza telúrica que ponía a temblar hasta a los mismos oligarcas o los jefes militares, como cuando les ordenó a los soldados que cesaran la represión.
En segundo lugar, Mons Romero, escuchaba a los expertos en ciencias sociales y en teología para poder identificar mejor los dinamismos que entretejen esta realidad. Por lo tanto, creer en el Dios de Jesucristo, implica el cristiano esfuerzo de mantenerse en la realidad. Como hoy no es tan fácil estar en la realidad; como hoy, muchas veces, la fe que decimos tener, en lugar de mantenernos en la realidad nos saca de esa misma realidad. Hay que pedirle con humildad que nos enseñe a mantenernos en la realidad.
14. Enséñanos a mantener la esperanza
Una cosa es dramáticamente cierta: Mons Romero, a pesar de las amenazas de muerte, a pesar de que la muerte fue una realidad cada vez más cercana en su propia vida, a pesar de que vio como se les daba muerte a los pobres y a los mismos sacerdotes que habían asumido la causa de los pobres, se mantuvo coherente dentro de su opción. ¿Hay algo que nos lo pueda explicar? Ya dijimos que Mons Romero fue un hombre de una profunda fe, pero se trataba de una fe que se concretaba en realizaciones históricas.  Esas realizaciones históricas, o, al menos, que pudieran hacerse realidad, fueron una de las cuestiones que jalonaban la praxis de Mons Romero. En otras palabras Mons Romero fue un hombre con una inquebrantable esperanza. Esperanza en el reino de Dios, que el traducía diciendo que la gloria de Dios es el pobre que vive; la esperanza de Mons Romero consistía en una tierra en la que los pobres pudieran vivir, y vivir con dignidad, vivir con justicia, vivir sin tener que ser perseguidos y matados, vivir como hijos de Dios; la esperanza de Mons Romero, fue la esperanza de Jesús.
Pero la esperanza de Mons Romero tenía otra cara. Mons Romero miraba esa esperanza en las potencialidades que tenían los mismos pobres. Confiaba en que los pobres estaban descubriendo  que ellos no son destinarios de unos beneficios provenientes de los de arriba, sino que son sujetos y que ellos mismos pueden construir una sociedad más justa y humana; por ello Mons Romero vio con muy buenos ojos que los pobres se organizaran, porque veía en la organización el reflejo de la confianza que estaban adquiriendo en sí mismo. Cuando los pobres confíen en sí mismos esa va a ser señal que el reino de los cielos está muy cerca.
Hoy más que nunca tenemos que proponernos construir las condiciones para seguir esperando, estamos en  una sociedad en la que desde todos lados se nos dice que está poniendo en peligro lo que tenemos de humanos. La “humanidad” es una conquista. Crecemos hombres y mujeres, pero vamos creciendo en humanidad; por eso existen hombres que no se comportan como humanos, sino que se comportan como cualquier bestia salvaje, y es que la humanidad se conquista. Ser capaces de ver al otro como vulnerable, indigente, como otro que me está exigiendo que lo reconozca sin menoscabo de su integridad, es algo que no se consigue de la noche a la mañana.
Estamos en un contexto en que la humanidad  está en crisis: En la medida en la que crece más la inhumanidad, en esa misma medida ignoramos a los otros y a las otras. De hecho, parece que los otros y las otras han dejado de importarnos, el rostro del otro, la angustia del otro, la desesperación del otro, el grito del otro ha dejado de sacudir nuestras conciencias.
15.Enséñanos a morir para dar vida
¿Qué pensó Mons Romero de su propia muerte? hay que comenzar diciendo que primariamente no estaba preocupado por morirse. Digamos que si alguna preocupación tenía era por vivir, pero vivir él y todos los que morían antes de tiempo. Es evidente que justamente porque hemos venido a vivir y a vivir con abundancia, como nos recuerda San Juan, el compromiso primario de todos los cristianos es con la vida. Pero como es la misma vida la que está amenazada, como es la misma vida la que no se supone, entonces hay que vivir luchando por la vida, hay que vivir exigiendo vida y vida en abundancia.
Dado que luchar por la vida es tenso, y los que la tensan en el otro polo, tienen el poder de dar muerte, necesariamente los hombres se ven forzados a tener que pensar el sentido de su muerte. En este sentido Mons Romero tuvo que pensar acerca del sentido que pudiera tener su muerte.
Una cuestión previa: no toda muerte da vida, y el Padre Ricardo Falla nos ha recordado que es “esa” muerte la que da vida. La muerte de Mons Romero tiene sentido porque no fue cualquier muerte, sino “su” muerte. Hay una especie de continuidad entre el modo como vivió y el modo como murió. Vivió, al menos sus últimos tres años, acompañando a su pueblo, denunciando a aquellos que le arrebataban la vida a su pueblo, como dice el profeta Amós, a todos aquellos que se banqueteaban a su pueblo. Todo esto lo hacía principalmente desde su catedral, desde catedral, desde su cátedra. Así murió. Murió cómo vivió, y cómo vivió exigiendo vida, su muerte es una exigencia de vida. Por esa razón Mons Romero, estaba íntimamente convencido que si lo mataban iba a resucitar en el pueblo salvadoreño. Mons Romero por lo tanto pensó que su vida iba a ser continuada por todos aquellos que amaban la vida. Desde esta perspectiva reunirse a pensar sobre Mons Romero lleva en sí misma la exigencia de preguntarse si continuamos luchando porque los pobres tengan vida.
16Inspira nuestra fe
Es una lucha que continúa la lucha de Mons Romero, en este sentido la lucha recibe aquella inspiración. Quiero decir que se trata de una inspiración real, yo he visto dos casos que pueden dar cuenta de esto que estoy  diciendo.
El primer caso es justamente el caso de un teólogo, me refiero al padre Jon Sobrino, a quien le debo lo que sé de Mons Romero. Cuando Sobrino habla de Mons Romero delata un profundo amor. Sobrino no admiraba a Romero, Sobrino lo amaba y ese amor fue el que permitió poner ante los ojos de sus lectores el retrato teológico de Romero. Para Sobrino, Dios hablaba por medio de Mons Romero, este es el sentido último y radical de concebir a Romero como profeta. Hablaba en lugar de Dios.  Y Ellacuría con el mejor sabor joaneo no duda en afirmar que con Mons Romero Dios pasó por El Salvador.
Para Jon sobrino, Mons Romero fue el pastor de su pueblo, esto lo vio con toda claridad en el momento en que se le ofreció seguridad personal y que Mons Romero rechazó justamente porque su pueblo, carecía de seguridad. Esto lo hizo precisamente por la firme convicción de que el pastor vive la suerte de sus ovejas.
Para Jon Sobrino, Mons Romero fue un mártir porque dio su vida por la causa de Dios. Mons Romero vio con toda claridad que la gloria de Dios era el pobre que vivía, y esto fue lo que lo impulsó hasta situaciones casi sobre humanas, para defender esa vida que quien la exigía con ultimidad era Dios, y justamente porque la exigió fue por que encontró la muerte.
El segundo caso han sido las celebraciones del pueblo de Dios, no celebran la muerte de Mons Romero, sino que celebran su vida. Para los cristianos salvadoreños ha sido bueno e inspirador tener a Mons Romero, porque como Jon Sobrino no se cansa de decir, Mons Romero fue un Don de Dios.
Conclusión
Claro el peligro siempre presente, es que olvidemos la mordiente de la profecía de Romero, que simplemente lo recordemos sin su exigencia de embarcarnos en la penosa faena de luchar por la vida. Es la tentación de todos los fariseísmos que para acallar la voz  del profeta se aprestan como denuncia San Lucas, a edificar mausuleos a los profetas que mataron sus padres. Es decir, que la inspiración de Mons Romero se agote simplemente en la visita que hacemos a su cripta cada 24 de marzo llevándole flores.

2 comentarios:

  1. Excelente tu reflexión Rubén, valorar la dimensión del ser al que llegó Monseñor no es sencillo y se corre el riesgo muchas veces en trivializar su legado a una simple expresión de un icono burdo de la expresiva popular.
    ¿Quizá habremos caído en esa trivialización al referirnos a este hombre justo? ¿Habremos convertido solo el martirio en la expresión del valor de su mensaje?
    Cada hombre y mujer que en algún momento de la historia han sobresalido en su lucha por la justicia y dignificación de su prójimo expresan necesariamente un sentido de rebeldía al orden, crean su estilo de lucha y florece en ellos la fuerza de sus convicciones, enaltecen sus principios comenzando la lucha. En su que hacer de combate es su ejemplo el que se muestra a los otros y de ello solo se reconoce al luchador y no al educador.
    Todo luchador espera que su ejemplo condicione a los otros a tomar conciencia y postura, no hay tiempo de evaluar si el mensaje ha sido adecuadamente instalado en la mente de la gente, o que estos solo piensen en el “sacrificio del cordero” sin redimir el sacrificio como tal y tomar conciencia que es por todos.
    Hemos llegado a 34 años de su muerte y vemos una sociedad que mantiene la exclusión y marginación de los pobres. Pobres que son manipulados y embaucados por ilusionistas del bienestar materialista. Pobres que siguen pensando que un tercero es el que debe sacrificarse sin entender realmente su mensaje de “FE” y entrega por el prójimo.
    A mi entender, tu reflexión nos permite ver la esencia de lo que compone a este justo, más allá del carácter de un icono como tantos de la iglesia.

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    1. Gracias Hiltón Tamayo, gracias porque te parece una excelente reflexión y gracias porque crees que pudimos captar la esencia de Mons Romero. Sobrino, y Ellacuría vieron en Mons Romero la revelación de Dios, el primero diciendo que mons era un don de Dios, y el segundo diciendo que con Mons Romero Dios había pasado por el El Salvador. Ambas posturas nos fuerzan a aproximarnos a mons Romero con una actitud creyente.

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