El afán ideológico no debería
pasar más allá de una excitación del momento. Es necesario parar y reflexionar con
seriedad las consecuencias de los actos que se realizan, y no tomar a la ligera
actitudes que nos traerán repercusiones graves a todos.
Algo está muy claro en cada
enfrentamiento de los bandos, por obtener un puesto en el gobierno: se necesita
de los héroes anónimos, amalgama de soñadores y oportunistas dispuestos a
defender sus colores, muchas veces a golpes y, en el peor de los casos, también
con la vida ¿equivocados? Pues desde su posición “no”, y por ello llevan a un
extremo su enardecida posición de defensa de intereses de sus dirigentes.
De idealistas a fanáticos. Es cierto
que todos tenemos, bajo uno u otro concepto de nuestras creencias, ideales de bienestar
individual y colectivo; pero nos dejamos encandilar llevándonos por el arrebato
de las promesas, sin evaluar los intereses que están detrás de todos los
“flautistas de Hamelin” nos convertimos en “… amasijo hecho de cuerdas y
tendones un revoltijo de carne con madera un instrumento sin mejores
resplandores (Silvio)” dispuestos a ofrendar nuestro honor y damos nuestro
“deber” a la incomprensión de no razonar por lo que estamos luchando.
Es aun más peligroso enardecer a
una sociedad que vive a diario la intolerancia incitando a su utilización sin
medir las consecuencias. O mejor dicho, olvidando lo que ha pasado en el tiempo
que nos llevó a una declaración de guerra interna.
En los dirigentes es lógica la
sedición, manipulando los ideales de la
masa; está se tuerce conforme la manipulan y hacen suyos los cantos de sus dirigentes, creyendo que su
lucha es para y por todos.
Una lucha es justa siempre y
cuando se enfoca en los intereses de todos. No es válido que algunos hagan
creer a los muchos, que aquello por lo que luchan va a beneficiar a esos
muchos, cuando en la realidad los que
salen beneficiados son justamente unos pocos.
De la historia debemos aprender
que hay manipuladores y manipulados; que los segundos solo han favorecido a los que se
aprovechan de la credulidad de los pueblos. Romper la influencia es aceptar que
hay ideales, pero todos deben conocer los hechos y la razón real por la que se
lucha.
El caudillo empuja a las masas,
el líder evita el desperdicio de su gente en batallas inútiles sin sentido.
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